“Hace muchísimos años, al inicio de las Eras que contamos ahora, el Nuevo y el Viejo Därlack se hallaban unidos sin fisura alguna entre sí. Pero, además de hallarse las tierras unidas, también los pueblos estaban unidos, y se mezclaban entre sí. Criaturas como los rac, o los balduk, no existían, pues tamañas criaturas, en el mundo de entonces, era inconcebible que existieran para romper la poderosa paz y hermandad del mundo.
En ese marco de la historia, cuando la alianza entre todas las naciones era más fuerte que nunca, el dios Rennar vino al mundo, como un misterioso ser etéreo que asolaba cuanto había a su paso, cual una epidemia de la enfermedad más mortal. Tal era la devastación desatada por Rennar, que muchos, creyendo que adorándole obtendrían gloria, riquezas, y la inmortalidad, se unieron a él en un día aciago para el mundo.
A su vez, en los pueblos libres del azote, la gente creía que Häel, en su sabiduría, al ver a sus gentes enfrentadas, muriendo por doquier, también vendría a nuestro mundo, para ayudar a expulsar a Rennar del mundo. Pero no fue así.
La devastación siguió asolando todo el mundo, y cada vez quedaban menos criaturas, tanto mágicas como humanas, pues Rennar no se concedía descanso alguno en la destrucción del mundo amparado por Häel.
Cuando la sombra era mas oscura, y la tiniebla más densa, un rayo de esperanza llenó los corazones de los supervivientes; un héroe surgió entre las gentes, con muchos poderosos aliados, pero, ¿cómo un simple humano podría expulsar a un dios?
Al principio, la lucha estuvo igualada, y durante años, aquel héroe resistió todos los envites de Rennar. Este héroe, a quien llamaron Trakiam, era un mago de gran talento, lo que demostró a lo largo de su campaña.
Rennar, viéndose igualado por un humano, tomo a sus fieles y los transformó en unas criaturas despreciables, que ahora conocemos como rac.
Estas criaturas, extirpada su conciencia, exterminaron cuanto hallaron a su paso, y los magos comenzaron a extinguirse, pues dichas criaturas tenían un instinto superior para detectarlos, y matarlos a sangre fría.
Tal era la desesperación que embargó a Trakiam, que buscó en todos los rincones del mundo alguna criatura que fuera capaz de ayudarle, pero no halló nada capaz de enfrentarse a tamañas criaturas ni, por descontado, a Rennar.
Cuando la desesperación embargó a Trakiam, una bella doncella, cuyo nombre la Historia desconoce, encontró a Trakiam. Dicha doncella, animó a Trakiam, y le ayudó a sobrellevar la pena que lo embargaba por no poder luchar contra las criaturas de Rennar. Al final, Trakiam, con la ayuda de la doncella, convenció a unas criaturas a que lo ayudaran, pero éstas, sabiendo los horrores de los rac, no se atrevían a enfrentarse a ellos sin otra ayuda que sus cortas garras y sus colmillos, por lo que Trakiam, en su sabiduría y ansia, les dio lo que necesitaban, les dio poderosas garras de acero, agilidad extrema, y una mentalidad más profunda que la de cualquier criatura viviente, por lo que dichas criaturas pasaron a ser de las más temibles del mundo conocido, los balduk.
Los balduk, en agradecimiento a Trakiam, lo tomaron como su señor, y a sus órdenes, emboscaron a los rac dondequiera que se hallasen, y los masacraron. Los supervivientes, heridos en su orgullo retrocedieron hacia el este, hasta el confín del mundo, al amparo de su dios, pero éste también se hallaba malherido por las bajas sufridas.
Entre tanto, los balduk deseaban perseguir a los rac hasta su guarida, y ahí ajusticiarlos, pero Trakiam, aconsejado por la doncella, rehusó la carnicería.
Durante un lapso de tiempo, el mundo se halló en calma. Trakiam, en agradecimiento a la joven doncella, la desposó entre vítores y aclamaciones, pero, al año de esto, cuando festejaban la precaria paz que residía en los corazones de la gente, la doncella murió, sin duda por obra de Rennar.
El odio y la desesperación inundaron de nuevo el corazón de Trakiam, quien llegó a una conclusión, había de usar un poder que nadie conocía para salvaguardar las vidas de toda criatura viviente.
Con los balduk acosando a los rac, Trakiam invocó una ancestral y peligrosa magia, que, transcurridos dos días de ritual, hizo caer una roca enorme del firmamento, que horadó el pico del monte que antes de conocía como Volcado, y que ahora conocemos como monte Trakiam, en honor al héroe de la antigüedad.
Dicha roca, atravesó el monte, y llegó al centro mismo del mundo, provocando que las entrañas del mismo salieran a la superficie, con forma de gran río de fuego, evaporando el agua de la superficie, transportando sobre sí a Maldan, un ente que hasta ese día, siempre se halló sepultado bajo nuestros pies.
Y así, gracias a Trakiam, el mundo quedó dividido, pero nadie sabe si Rennar fue alcanzado. Si sabemos que muchos rac consiguieron sobrevivir, pues aún podemos encontrar muchas de estas criaturas en nuestro mundo. Viven apartadas, pero siguen ahí.
Trakiam falleció el día en que la roca cayó del firmamento, no se sabe si debido a la magia que invocó, o al dolor de su pérdida, y su linaje se perdió con él.
Los balduk, ahora sin señor ni rey, decidieron que, a partir de entonces, sólo seguirían las órdenes de un humano, pues fue un humano el que les dio la vida que ellos tenían, pero poco a poco pasaron a ser consideradas unas de las bestias más horribles y despiadadas que nunca han pisado la tierra, aunque en su día fueron nuestra salvación.
Esa es la historia de nuestro mundo, de sus inicios…”
Este relato transcurre entre las páginas 2 y 6 del capítulo 1, "Historias y leyendas del mundo", por Farael Ok.Sum
miércoles, 21 de enero de 2009
Diario de Farael Ok-Sum (Día 19)
Día 18 de la Séptima Estación
Año 256 de la Era III
Farim, Nuevo Därlack
Nuestro viaje hoy ha sido bastante interesante. Por un lado, Raennor me ha seguido haciendo preguntas, cada vez más, aunque por otro, yo sólo le cuento lo que debe saber. No he de olvidar que, hasta que no tenga la edad apropiada, no puedo revelarle todo.
Lo primero que me ha preguntado Raennor es el porqué del gran río de fuego que divide nuestro mundo. Me ha sorprendido, pues es una historia que, cuando llevaba vida de ermitaño, conté más de una vez sentado en la plaza del pueblo, con multitud de jóvenes escuchando lo que creían que era una simple historia salida de mi mente.
Saqué de mis alforjas un pequeño libro, y se lo presté. Éste es un libro que escribí hace mucho tiempo, con las historias que fui recabando en mis viajes por el mundo, aunque pasado un tiempo, cuando mi juventud y mi credulidad pasó, yo, como otras pocas personas, comencé a hacer preguntas a mi maestro…
En fin, Raennor, aún no había terminado la historia y devuelto el libro, me interrumpió con una de sus habituales preguntas; ¿y porqué referimos el mundo como Nuevo y Viejo Därlack, si hace tantos siglos que no sabemos qué ocurrió con las gentes del otro lado?
Es una pregunta sin una fácil respuesta. Todos los humanos del Nuevo Därlack queremos creer que, pese al cataclismo, se conservó la semilla de la vida en el otro lado, al igual que aquí seguimos viviendo. No está demostrado que quede nada en ese lugar, pero todos tenemos la ferviente creencia de que un día, quizá no muy lejano, conseguiremos vadear el río y encontrarnos con los hermanos perdidos que un día tuvimos…
Tras esta historia, he dejado a Raennor cavilar sobre lo leído, pero a mi me embarga un sentimiento de culpabilidad al saber que no es completamente cierta la historia, de tener el conocimiento de que le oculto cosas.
Sólo espero que pase mucho tiempo antes de que Raennor empiece a hacerse preguntas más profundas, pues todavía no se cómo contarle todo lo que se, ni creo que en realidad llegue a estar preparado nunca para ello.
Año 256 de la Era III
Farim, Nuevo Därlack
Nuestro viaje hoy ha sido bastante interesante. Por un lado, Raennor me ha seguido haciendo preguntas, cada vez más, aunque por otro, yo sólo le cuento lo que debe saber. No he de olvidar que, hasta que no tenga la edad apropiada, no puedo revelarle todo.
Lo primero que me ha preguntado Raennor es el porqué del gran río de fuego que divide nuestro mundo. Me ha sorprendido, pues es una historia que, cuando llevaba vida de ermitaño, conté más de una vez sentado en la plaza del pueblo, con multitud de jóvenes escuchando lo que creían que era una simple historia salida de mi mente.
Saqué de mis alforjas un pequeño libro, y se lo presté. Éste es un libro que escribí hace mucho tiempo, con las historias que fui recabando en mis viajes por el mundo, aunque pasado un tiempo, cuando mi juventud y mi credulidad pasó, yo, como otras pocas personas, comencé a hacer preguntas a mi maestro…
En fin, Raennor, aún no había terminado la historia y devuelto el libro, me interrumpió con una de sus habituales preguntas; ¿y porqué referimos el mundo como Nuevo y Viejo Därlack, si hace tantos siglos que no sabemos qué ocurrió con las gentes del otro lado?
Es una pregunta sin una fácil respuesta. Todos los humanos del Nuevo Därlack queremos creer que, pese al cataclismo, se conservó la semilla de la vida en el otro lado, al igual que aquí seguimos viviendo. No está demostrado que quede nada en ese lugar, pero todos tenemos la ferviente creencia de que un día, quizá no muy lejano, conseguiremos vadear el río y encontrarnos con los hermanos perdidos que un día tuvimos…
Tras esta historia, he dejado a Raennor cavilar sobre lo leído, pero a mi me embarga un sentimiento de culpabilidad al saber que no es completamente cierta la historia, de tener el conocimiento de que le oculto cosas.
Sólo espero que pase mucho tiempo antes de que Raennor empiece a hacerse preguntas más profundas, pues todavía no se cómo contarle todo lo que se, ni creo que en realidad llegue a estar preparado nunca para ello.
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